Mensaje para el Domingo del Mar 2022
(10 de julio de 2022)
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, queridos capellanes, voluntarios, amigos y simpatizantes de Stella Maris:
En el segundo domingo de julio de cada año, las comunidades cristianas celebran el Domingo del Mar. Hoy recordamos la labor esencial que llevan a cabo más de un millón de marinos que, todos los días del año, trabajan en embarcaciones que transportan mercancías por todo el mundo. Los que viven en el interior de un país difícilmente verán barcos o a los marinos que trabajan a bordo. Incluso quienes viven en la costa generalmente ven sólo un barco que navega “lejos” en el horizonte. Sin embargo, nadie consigue ver a los miles de barcos que navegan más allá del horizonte. Son invisibles, pero están ahí. Como también son invisibles los marinos que trabajan a bordo, que no sólo ayudan a mantener la economía mundial en movimiento, sino que también, gracias a su trabajo, inciden directamente en la vida cotidiana de cada uno de nosotros. Día tras día, proporcionan los bienes que utilizamos y consumimos y sin éstos, la calidad de nuestra vida sería considerablemente inferior. Para entender cuán esenciales son, debemos únicamente recordar lo que poseemos en nuestros hogares y en nuestros lugares de trabajo, así como la comida que ponemos en nuestras mesas. Preguntémonos: ¿De dónde viene? Son los marinos quienes nos permiten disfrutar de lo que tenemos. Y debemos recordar que trabajan todos los días de la semana, cada semana de su contrato, para abastecernos de todo lo que tenemos. Ha llegado el momento de decirles: ¡Gracias!
En esta jornada tratemos de imaginar cómo es la vida de los marinos y cuáles son los retos a los que se enfrentan cada día por nosotros. En los últimos años, el mundo marítimo se ha visto negativamente afectado por una serie de crisis. Como consecuencia del incremento de la demanda de mercancías, un mayor número de buques han tenido que permanecer en fondeaderos durante períodos de tiempo más largos. Debido a la guerra en Ucrania, los barcos se enfrentan ahora a la ardua tarea de tener que navegar sorteando las minas que se han colocado en el Mar Negro y el Mar de Azov. Muchas embarcaciones se han hundido y se han perdido numerosas vidas durante esta guerra injusta e inmoral. A causa de la pandemia mundial, más de 400.000 marinos, una vez finalizados sus contratos, se han quedado atrapados a bordo, sin poder abandonar el barco y regresar a sus hogares con sus familias. En cambio, siguen trabajando día tras día, cada vez más agotados. Las tripulaciones de reemplazo no han podido llegar hasta las embarcaciones, cosa que, para algunos, ha supuesto un desastre económico porque no han podido ocuparse de las necesidades cotidianas de sus seres queridos. En cualquier caso los marinos no tienen opción.
Al parecer algunas compañías navieras han sido las únicas que se han beneficiado financieramente de la serie de crisis que han perturbado la cadena de suministro mundial. Es lamentable, por no decir otra cosa, que las empresas sólo hayan compartido con los
marinos una pequeña parte de los exorbitantes ingresos que han obtenido o hayan gastado sólo una exigua parte para mejorar las instalaciones de bienestar en los puertos, instalaciones de las que suelen disfrutar los marinos durante los breves períodos de tiempo que permanecen en tierra firme.
Las compañías navieras reciben los beneficios económicos, mientras que son los marinos y sus familias quienes pagan el precio. No es de extrañar que la prolongación forzosa de los contratos genere un agotamiento físico y psicológico y esto, conlleva el peligro de cometer errores humanos, cuyas consecuencias son fatales. Períodos a bordo más prolongados, separación forzosa de sus seres queridos y la imposibilidad de desembarcar, hacen que los marinos se sientan aún más aislados y deprimidos de lo normal. Debemos recordar que también ellos son seres humanos. Tienen las mismas necesidades que todos los demás. La diferencia es que, al ser “invisibles”, se les ignora más fácilmente.
Pero no debemos ignorarles porque dependemos de ellos. Les necesitamos. La seguridad durante la navegación y la protección del medio marino, dependen de que la gente de mar goce de buena salud mental. El Convenio sobre el Trabajo Marítimo de 2006 (MLC) exige que las compañías marítimas proporcionen un alojamiento decente y limpio, alimentos nutritivos, un ambiente de trabajo seguro, un horario de trabajo adecuado y permisos en tierra. Lamentablemente, los importantes avances que se han logrado desde la entrada en vigor del MLC, en 2013, se han visto afectados negativamente. Consideremos la cuestión del permiso para bajar a tierra. La posibilidad de abandonar el buque, aunque sólo sea por un breve período de tiempo, es crucial para el bienestar de la gente de mar. La mayoría de nosotros damos por sentada la libertad que tenemos a la hora de salir, de disfrutar de los espacios abiertos, de caminar por tierra firme o por la hierba blanda y ver a diferentes personas. Los marinos no gozan de esta libertad. No pueden abandonar el barco y todos los días tienen que andar sobre suelos de metal y ver a las mismas personas.
La única manera gracias a la cual pueden compartir esta misma libertad, es disfrutando de permisos para bajar a tierra. Puede que sólo dispongan de un par de horas, pero esto puede marcar la diferencia.
En el momento de apogeo de la pandemia y antes de que comenzara la campaña de vacunación para la gente de mar, los gobiernos y las compañías navieras cancelaron, comprensiblemente, todas las licencias en tierra. Los marinos debían permanecer a bordo para evitar el contagio y la propagación del virus. Ahora que la situación mejora en todo el mundo, los países están abriendo sus fronteras y levantando las restricciones. La mayoría de las personas pueden volver a circular libremente. Pero no es así para los marinos. Y esto es una grave injusticia. Aunque hayan recibido la pauta completa de vacunación, se les niega con frecuencia la libertad de circulación, libertad de la que sin embargo disfrutamos nosotros. ¿Por qué? Porque varios gobiernos y compañías navieras todavía siguen negándose a permitir que los marinos bajen a tierra. Para colmo de males, algunos marinos pueden desembarcar sólo si son de la “nacionalidad correcta”.
Esta discriminación es tan injusta como inmoral. Todos tenemos que recordar que debemos respetar la dignidad innata de los marinos como seres humanos. Dondequiera que se encuentren, deben ser tratados con equidad, sin discriminación alguna y se les debe ofrecer la posibilidad de salir de los espacios reducidos de la embarcación y bajar a tierra, aunque sólo sea por un breve período de tiempo, para desconectar y relajarse.
Ya no se puede utilizar la pandemia como excusa para prohibir a una tripulación la posibilidad de bajar a tierra. Mientras que se tomen las precauciones necesarias, los marinos tienen derecho a desembarcar y a reunirse con otras personas que no sean los miembros de su tripulación. ¡Los capellanes y los voluntarios de Stella Maris hacen un llamamiento urgente a los gobiernos y a las compañías navieras de todo el mundo, para que garanticen a las tripulaciones el derecho a desembarcar!
Hoy, en este Domingo del Mar, damos las gracias a los marinos por su duro trabajo.
Rezamos para que se mantengan fuertes ante las dificultades y los retos de la vida. Y encomendamos a María, Estrella del Mar, el compromiso y la dedicación de los capellanes y de los voluntarios que les sirven en todo el mundo.
Card. Michael Czerny S.J
Prefecto
MENSAJE DE LOS OBISPOS
¡Naveguemos juntos!
El Apostolado del Mar Stella Maris tiene entre nosotros su día grande el 16 de julio, fiesta de nuestra Señora del Carmen, la Virgen del Carmen, nuestra patrona. En todos nuestros pueblos marineros y en los numerosos e importantes puertos de nuestra geografía hay siempre un recuerdo festivo de los hombres y las mujeres del mar a su patrona. También en muchos pueblos y parroquias del interior se celebran grandes fiestas para honrar a la Señora del Carmelo. Esta devoción es muy intensa entre
nosotros y adquiere en las villas marineras una riqueza sorprendente.
La tradición marinera de la devoción carmelitana nace en los tiempos modernos, pero su arraigo entre los hombres y mujeres del mar es tan profundo que hoy es imposible concebir un pueblo marinero con historia que no tenga a nuestra Señora, la Virgen del Carmen, marcada a fuego en el corazón de sus gentes. Eso es fácil de entender si se piensa en lo peligrosa y difícil que ha sido siempre —y sigue siendo— la vida en el mar. Cuando los marineros se adentran en el mar empiezan una travesía sin seguridades que han de afrontar con valentía y sin la compañía de sus seres queridos, que quedan en las manos de Dios y de la Virgen del Carmen. Ya en medio mar, el marinero se encuentra solo entre el agua y el infinito y es entonces cuando siente que rezar es una
necesidad y un consuelo que le da fortaleza y paz. La sensibilidad y la cercanía de la Iglesia a los hombres y mujeres del mar es algo que le viene de siempre. Varios apóstoles era marineros curtidos en las artes pesqueras y la expansión de la evangelización estuvo ligada a tempestuosas travesías marinas, como nos recuerda san Pablo. La vida pastoral siempre ha sido muy activa en los pueblos marineros, así como la preocupación de la Iglesia por las precarias condiciones de vida de las gentes del mar.
En el siglo pasado nació el Stella Maris Internacional. El Stella Maris es una organización internacional de la Iglesia católica, fundada en Glasgow en 1920 y presente en España desde 1927. El objetivo de este apostolado es brindar a la gente del mar la asistencia humana y espiritual que puedan necesitar para su bienestar durante su estancia en los puertos, así como el apoyo a sus familias. Esta misión se realiza de manera totalmente desinteresada y va dirigida a todos los marineros de cualquier raza, nacionalidad y sexo, respetando siempre su cultura, religión y pensamiento.
En el año 1997 el papa san Juan Pablo II publicó un importante documento que lleva por título Carta apostólica en forma de motu propio Stella Maris. En esta carta el papa sale al «encuentro de las exigencias de la peculiar asistencia religiosa que necesitan los hombres que trabajan en el comercio marítimo o en la pesca, sus familias, el personal de los puertos y de todos los que emprenden un viaje por mar» (Stella
Maris I, 1) y actualiza las normas del Apostolado del Mar. También se dice en esa carta que «es derecho y deber del obispo diocesano ofrecer con solícito celo la asistencia pastoral a todos los hombres del mar que, aunque sea durante breve tiempo, residan en el ámbito de su jurisdicción» ( Stella Maris, XII, 1). Otro aspecto importante de este documento pontificio es su insistencia en que hay que promover en el ambiente
marítimo un espíritu ecuménico.
En el siglo xxi el Apostolado del Mar ha crecido mucho en relación con toda la Iglesia bajo los auspicios de los papas, sobre todo a partir del XXI Congreso Mundial del Apostolatus Maris del año 2003. La presencia de la Iglesia en los Stella Maris del mundo es una realidad llena de esperanza para todos los hombres y mujeres del mar.
Hoy el Stella Maris es el organismo eclesial que sostiene y canaliza la acción misionera y caritativa de la Iglesia para las gentes del mar.
La Iglesia y el papa Francisco nos invitan a renovar y a fortalecer este compromiso porque entre las gentes del mar están los más desheredados del mundo.
El trabajo del mar es muy duro, en muchos casos en condiciones extremas tanto físicas como psicológicas y espirituales. Y estas condiciones no solo no han mejorado, sino que en los últimos tiempos se han agravado. Todavía no hemos superado del todo las críticas condiciones de la pandemia del COVID cuando una guerra tan horrorosa como injusta llena a Ucrania de dolor y tragedias cotidianas que ponen al mundo al borde de una crisis global.
De cuando en cuando, el mundo del mar se ve sacudido por desgracias que nos sumen a todos en una tristeza infinita, llorando sin consuelo humano a tantas víctimas que se hunden en las aguas y dejan a las familias destrozadas y sin justicia. El hundimiento del Villa de Pitanxo en tierras de Terranova ha cubierto de luto a los familiares de
las víctimas y ha puesto ante el mundo el clamor por los derechos de unos hombres y mujeres que se sienten abandonados. En ocasiones, el dolor de las gentes del mar sacude la conciencia del mundo y nuestra sociedad descubre con sorpresa la deuda contraída con todos ellos.
Esta deuda exige un compromiso activo de todos para dignificar las condiciones humanas de la vida en el mar.
En este momento de la historia la Iglesia necesita renovar profundamente su compromiso para afrontar los grandes retos de la dignificación del trabajo humano en el mar. El papa Francisco ha convocado un sínodo bajo el lema: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Es una llamada a caminar juntos en nuestro compromiso cristiano en el mundo. El papa nos dice que la situación del mundo de hoy «pone a prueba la capacidad de la Iglesia para acompañar a las personas y a las comunidades para que puedan releer experiencias de luto y de sufrimiento, que han cubierto muchas falsas seguridades, y para cultivar la esperanza y la fe en la bondad del Creador y de su creación» (Documento preparatorio, n. 6).
En el pasado mes de mayo el papa Francisco dirigía un mensaje a la Pontificia Comisión para América Latina y les decía que «la sinodalidad es la dimensión dinámica, la dimensión histórica de la comunión eclesial fundada por la comunión trinitaria». Vivimos en la historia y tenemos que afrontar los retos de nuestro tiempo.
Naveguemos juntos, queridos hombres y mujeres de la mar, en esta esperanzadora travesía hacia un mundo del mar más humano y más justo.
Que nuestra Señora y patrona, la Virgen del Carmen, nos bendiga y acompañe.
Luis Quinteiro Fiuza
Obispo de Tui-Vigo
Promotor del Apostolado del Mar